domingo, 20 de septiembre de 2009

El tiempo y el espacio [II]

Sólo el viento sabe susurrar la verdad


[… continuación] Esta idea surgió como consecuencia de la observación de que algunos fenómenos mostraban una cierta regularidad, como el aparente movimiento diario del sol de oriente a poniente, las estaciones del año, las fases de la luna, etc. [...] La cognoscibilidad o inteligibilidad del mundo significa que las personas somos capaces explicar los fenómenos que observamos a nuestro alrededor, de reconocer un orden y una regularidad en los fenómenos de la naturaleza y que podemos alterar e intervenir en la evolución y desarrollo de los mismos (Mornes Ibarra).

Como consecuencia de estos hechos, a lo largo de la Historia se ha producido una confrontación entre las personas y aquello que parece existir fuera de ellas. Es decir, entre un elemento productor de significado y la caótica realidad exterior que lo envuelve, el objeto significante. En este sentido, las personas nos sentíamos estrechamente hermanadas con la naturaleza, inmersas en ella, aunque buscando distinciones (Mínguez).

“Ser”, como creo que debe entenderse, es “estar” presente aquí y ahora. La ecología [el planeta], el cuerpo social y el cuerpo humano están necesariamente ligados:

//Tiembla el ser adonde ya no hay nada
/ sino una flor contra el ser
/ un silencio contra el mundo
/ y un ser contra la nada//

(Leopoldo María Panero)

Las preocupaciones de los filósofos griegos obtuvieron una respuesta titubeante al fin: el Hombre (y la Mujer, claro) es aquél que será capaz de definir la nada. Es altamente significativo que los enigmas que susurra esta poesía fueran descritos varios siglos después. El carácter progresivo de las experiencias, la naturaleza inestable de las definiciones, debe interponerse como un filtro al analizar cualquier hecho. Y la pregunta parece haber sido siempre la misma: ¿hasta qué punto podemos conocer en realidad el universo que nos rodea? (Carl Sagan). [continuará …]

Krovos